A una semana del funeral del Papa Francisco, se estrena en todo el mundo El Eternauta, la serie de seis episodios dirigida por Bruno Stagnaro, adaptación de la emblemática historieta de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López.
Vi los seis episodios de un tirón. La serie me pareció formidable. Hoy todos escriben sobre El Eternauta, pero yo quiero hablar desde un lugar más íntimo: cómo me interpeló a nivel personal. No voy a comparar la historieta original con su adaptación. Ambas son obras maestras de distintos tiempos y lenguajes. Ambas son universales, y nos atraviesan histórica y emocionalmente.
Me centro en la versión de Stagnaro, que llega en un momento especialmente significativo para los argentinos y argentinas. Una semana atravesada por discursos de odio y una mediocridad alarmante en lo público. En ese contexto, esta serie irrumpe con una potencia inusitada: por su belleza, por su inteligencia, por la memoria que convoca. Nos recuerda que todavía hay heridas abiertas, que no hubo justicia, pero también que existe una sensibilidad viva, capaz de resistir.
El Eternauta me emocionó profundamente. Gracias a sus imágenes recorrí lugares y momentos entrañables de mi infancia y adolescencia. Lo colectivo y lo singular, siempre atravesados por lo social. Recordé a mi padre contándome el bombardeo del 16 de septiembre de 1955. Estuvo allí, en Plaza de Mayo, cuando la Fuerza Aérea atacó al pueblo. Murieron más de 300 personas, la mayoría civiles. Él sobrevivió, por eso hoy puedo contar esta historia. Años después, al pasear por el centro, me mostraba los agujeros que aún se veían en los mármoles del Palacio de Hacienda: marcas de aquellas bombas. Ese bombardeo fue el comienzo de una violencia cíclica que se repite en nuestra historia: la dictadura cívico-militar de 1976, los gobiernos de derecha que vinieron después. La violencia que no cesa. Zafamos físicamente, pero no emocionalmente. Las marcas no quedaron sólo en los edificios.
Era adolescente cuando llegó Malvinas. La guerra del 82 también dejó heridas profundas. La serie lo recupera en los flashbacks del protagonista, un excombatiente. En su mirada se adivina el horror. Y no eran escarabajos, como en la ficción. Eran los servicios. No fue una tormenta radioactiva, fue el Estado. En los 70, el silencio en los barrios era espeso. La gente desaparecía. No sabíamos qué pasaba, pero sabíamos que pasaba algo. El miedo a salir, a hablar, a vivir. Todo eso está en El Eternauta.
La serie es una gran metáfora de nuestras vidas. Cada personaje me recordó a alguien. Me impactaron especialmente las miradas, los diálogos, el guion. Frases que van a quedar: “El verdadero héroe es el héroe colectivo.” “Lo viejo sirve.” En el último episodio, Juan Salvo señala una luz a lo lejos:
“Ese es el verdadero enemigo.”
Entre humanos hay aliados y traidores, pero existe algo peor: un plan diseñado para destruir la inteligencia y la solidaridad. Pensé en el presente. En Los ingenieros del caos, de Giuliano da Empoli. El caos no es espontáneo. Se planifica. Como el Plan Cóndor. Como los gobiernos que parecen ridículos pero cumplen un rol preciso: erosionar todo lo que nos une. Lo que hoy vivimos también fue planificado. Y los que ejecutan ese plan cumplen un papel que les fue asignado por los verdaderos enemigos. Ya sabemos de dónde vienen.
Esta serie es una obra de arte. Bella y brutal. Nos muestra nuestra historia y, al mismo tiempo, nos devuelve la esperanza. Porque la Argentina no es sólo el discurso individualista y mediocre del poder de turno. Hay una inteligencia colectiva silenciosa, profunda y brillante. Estamos a tiempo de dejar de quejarnos y actuar.
En estos días se habla en todo el mundo del Papa más importante de la historia. Y también de El Eternauta. Su autor fue secuestrado y desaparecido. Sus cuatro hijas, secuestradas, torturadas y asesinadas. Dos nietos aún no han sido encontrados.
Esto también es memoria, verdad y justicia.
Mucho para pensar: el bombardeo del 55. La historieta, publicada en 1957. La dictadura como nieve radioactiva. Malvinas. Los traumas colectivos. Y la locura actual.
“Lo viejo sirve.”
“Nadie se salva solo.”
“El héroe es colectivo.”
Ojalá estas imágenes y estas palabras queden grabadas en la memoria común.
Patricia Gorocito
Docente – UBA Psicología