The post Un futuro tan presente. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>Se detuvo frente a la puerta vidriada. El escáner tardó dos segundos en detectarlo. El sensor ordenó “Ábrete sésamo”. Entró con un gusto ácido en la boca y un dejo de incertidumbre en su unidad central de procesamiento.
– a b c d… a ver su… aquí g… Gonzalez; Gonzalez Emilio, ¿verdad?. Siéntese Gonzalez, póngase cómodo. Vamos al grano. Usted sabe, Emilio. El algoritmo nos indica una reorganización regional. Programó un ordenamiento lógico para resultados más eficaces. Es por eso que vamos a cerrar la planta de Acra Matac que está a su cargo, y también el resto. La empresa se traslada a Elich. Por supuesto habrá importación y venta de nuestros productos aquí. No tiene que preocuparse por nada; su familia recibirá una compensación adecuada. Choque los cinco Gonzalez. Usted tiene una vida nueva por delante.
El apretón le deshizo los dedos, subió por el brazo y le desajustó el costillar. Fue cayendo lentamente, pieza por pieza, hasta formar un prolijo montículo sobre el piso de roble de Eslavonia.
-Vengan a recoger las piezas y las llevan a fundición.
El cyborg giró el asiento, se levantó y se acercó al ventanal.
Iba a extrañar los atardeceres de Anit Negra y el after hours en Niceto Bar.
The post Un futuro tan presente. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>The post Lugares comunes. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>Por eso yo, desoyendo los sabios consejos de mi abuela, me casé con un fulano que era sordo como un
muro y duro como una piedra. Si digo que es carnaval, apretá el pomo, era su frase más usada. Al que
nace barrigón es al ñudo que lo fajen. Jamás pudo cambiar y yo nunca pude soportar su soberbia.
Como no hay mal que dure cien años y no es oro todo lo que reluce, mi casamiento duró menos que un
suspiro.
Mi abuela también decía: siempre hay que tener una vela encendida, y no hablaba precisamente de
algún corte de luz. Por eso fue necesario prender una vela, no para un santo precisamente. Ese consejo lo
seguí al pie de la letra, a pie juntillas y al tentempié. Precisamente la prendí un día que estaba tomando un ídem. Lo vi y me dije: más vale pájaro en mano que cien volando y lo guardé en mi jaulita.
La vela era un cirio pascual, con un pabilo siempre encendido, inagotable, que al derretirse, derramaba
su cera sobre el platito de porcelana que lo sostenía, o sea yo. Así nacieron seis bellas y luminosas velitas.
Un buen día el pájaro o la vela o el nuevo fulano, partió como una cañita voladora en cielo navideño,
dejando una breve estela de humo, desparramándose en mil estrellas fugaces, perdiéndose en la
insondable oscuridad, no sin antes dejar chamuscadas mis ilusiones de eternidad. Cuando el río suena,
agua trae. Según mis amigas, debía haber escuchado los rumores del vecindario que me lo auguraban.
Al tiempo, ya mi abuela había abandonado sus decires por el Alzheimer y comenzó a tallar mi madre,
enarbolando su bandera: Siempre que llovió paró. Con esa consigna me lancé nuevamente al ruedo en
busca de un soberano que se hiciera dueño y señor de mis condados; porque a rey muerto, rey puesto, ella decía.
Inicié el recorrido con un bailarín de tango que, mucho ruido y pocas nueces, no me satisfizo. Qué tanta
milonga, me dije. Como soy muy sincera le canté las cuarenta, al pan pan y al vino vino. Se fue con el
rabo entre las patas y nunca más lo vi.
Allí pensé: no vuelvas a tropezar con la misma piedra y busqué en el ámbito deportivo. No me daban ni
pelota. Esperaban a una mina canchera y yo en canchas, tengo poca experiencia. No vi a Dios, ni a la
mano de Dios. Sólo de lejos, un día Maradona saludó a la tribuna y yo, casualmente, estaba allí.
Entonces me incliné por el arte de los sabores y comencé a recorrer el camino de los vinos. Tomátelo
con soda, decían mis amigas. Yo iba de degustación en degustación sin encontrar el bouquet justo.
Mucha agua pasó bajo los puentes y agua que no has de beber, déjala correr.
Me enganché con un panadero que trabajaba de sol a sol, menos los lunes. Entonces, si Mahoma no va
a la montaña, la montaña va a Mahoma y me instalé en la panadería. Era como tirarle flores a los chanchos. Al que madruga Dios lo ayuda, me decía, porque padecía insomnio. Yo le contestaba, no por
mucho madrugar amanece más temprano. La cosa es que, durante ese tiempo, no pude pegar un ojo y
vivía a salto de mata.
En mi búsqueda desenfrenada, me dediqué a la equitación. Agarrate Catalina que vamos a galopar. Me
regalaron un caballo y a caballo regalado no se le miran los dientes. Pero no soy liviana de cascos y nunca
pude aprender a montar. Quien mal anda mal acaba, ese fue mi final.
A esa altura ya estaba desesperanzada. Nunca digas nunca, me decían mis amigas. Quien busca encuentra, a mal tiempo buena cara.
Decidí hacerme un lifting y fui en busca de un actor. Dios los cría y el viento los amontona. Eran todos
cortados por la misma tijera. No toda palmera tiene palmito. Pura ficción.
Busqué otras variables y me volví pluralista. Conocí a más de uno, eran mellizos trapecistas en un
circo. Nunca digas de esa agua no he de beber. Pero el que mucho abarca poco aprieta. A seguro se lo llevaron preso y yo muy confiada. Levantaron la carpa y se esfumaron.
Una novia sin tetas, más que novia es un amigo decían mis amigos. Me hice las lolas para lucir mejor.
Fui en busca de un hombre con fortuna y conocí a un señor maduro y con dinero. Pero el diablo sabe más por viejo que por diablo. Era como un gato escaldado que le teme al agua fría, pensaba que el ahorro es la base de la fortuna y que el ojo del amo engorda el ganado. Siempre decía: cría cuervos y te quitarán los ojos. Nunca tuvo hijos. Me cansé de esperar, hierba mala nunca muere. Se murió un tiempo después. Al que Dios no le da hijos, el diablo le da sobrinos. Ellos lo heredaron.
No todo barco lleva a buen puerto, pensé. Tanto va el cántaro a la fuente que al fin se rompe. Todos los
caminos llegan a Roma. Piano piano se va lontano. Miré las cosas con más calma.
No hay que saber sino tener el teléfono de quien sabe. Tomé el toro por las astas y llamé a Carlitos, mi amigo de la infancia, para que me presentara un candidato. Agarrate del pincel que te saco la escalera,
dormí sin frazada. Gracias, le dije. Gracias hacen los monos, me contestó. Me conectó con un fulano que
me prometió el oro y el moro. Era sexólogo. Preparate el siete que nos vemos el ocho, así se presentó.
Cuando el río suena, agua trae, me dije. Salimos una noche. En casa de herrero, cuchillo de palo. No
siempre que hay humo, hay asado. Perro que ladra no muerde. Mientras más grande es, más fuerte cae.
Aunque tan mal no la pasé, cuando hay hambre no hay pan duro.
Mis bastas praderas fueron recorridas por caballeros de relucientes armaduras, exóticos partners y
bellacos con ingenio, seductores. El que se quema con leche, cuando ve una vaca, llora. Si habré llorado al
paso de cada Atila que me transitó. No quedó ni hierba para la pobre vaca que entró en un proceso de
desnutrición avanzada.
Fue allí cuando aportó mi padre. El buey solo bien se lame, me dijo. Por ese entonces tenía sexo virtual
con una señora colombiana que lo complacía. Aremos dijo el mosquito que iba sentado arriba de un buey.
Mi padre me enseñó el arte y el oficio de la comunicación sin comunicación, del encuentro sin encuentros, de la esperanza mínima para una mosquita que alguna vez soñó con candelabros dorados en reinados tropicales.
No hay mal que por bien no venga. Me compré una computadora con cámara incorporada. Sarna con
gusto no pica.
Donde va la barca, va Bachicha, dijo mi padre con sabiduría. Lo que es moda no incomoda.
Salga pato o gallareta, hoy el chat es mi pasión.
Lo bueno, si breve, dos veces breve… o algo así.
The post Lugares comunes. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>The post La idea. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>Filósofo, escritor, ensayista, comunicador; había logrado la increíble posibilidad: Aquellos que lo leían o escuchaban se sentían comprendidos dentro de su mensaje.
Todos los traductores, en todos los idiomas, llegaban a cumplir con su tarea sin que perdiera la esencia fundamental: Lo que Victoriano decía era novedoso para los pensadores de su época. Aplausos, viva maestro, genio, creador. Él, victorioso, recibía humildemente los halagos.
Hasta que un día, una de sus ideas se escapó del molde. La Idea decidió jugarse sola, desligarse de las otras y comenzar un camino ideal. Ser libre. Primero optó por una vía sencilla. Empezó a recorrer el cuerpo de Victoriano, sí… todo su cuerpo.
Empezó por sus gestos y decidió convertirse en La Idea Gesticulante. Con exquisita perfección provocó que gesticulara demasiado. Sus asesores de imagen le pidieron que moderara sus asentimientos, cabezazos y movimientos de manos, que dejara de tocarse la nariz. Victoriano logró dominarlos.
Entonces, La Idea optó por un camino sencillo. Logró otro recurso. Comenzó a recorrer el interior de Victoriano y se convirtió en un tic. Así que, cuando hablaba de lo trascendental, ella le imponía un guiño inesperado en el ojo izquierdo, en medio de una conferencia transmitida por cadena nacional. Victoriano sorprendía con sus guiños. La Idea lo hacía en el momento preciso. El momento más inoportuno. Lógicamente, los responsables de los medios de comunicación le sugirieron que no hiciera más presentaciones en vivo. Pese a su deseo tuvo que dejar de lado esa forma de comunicación.
Sus asesores montaron otra estrategia. La imagen fija de Victoriano con sus lentes, una semi sonrisa y su voz en audio.
Todo funcionaba bien, pero La Idea, tan libertaria, buscó otro lugar. Usar la voz. Un tartamudeo le vendría bien. Un tartamudeo inconstante e inesperado.
Con la imagen de la semi sonrisa permanente, La Idea se metía en alguna palabra sabiamente elegida: pro…pro… proposición, pre…pre… preliminar. La pr le venía bien. Luego cambió a la al… alteridad, altivo, altruismo. Victoriano se desbordaba desbocado. Sus asesores decidieron cortar y pegar, cortar y pegar. La Idea fue avanzando y tomó todas las palabras. Imposible ya entenderlo.
Victoriano, empecinado, decidió solamente escribir. Fue allí que La Idea asoló sus escritos y se convirtió en Idea Confusa. Ni el ordenador, la lapicera, el lápiz, la tiza le fueron útiles. Ella lo manejó todo.
Los asesores no pudieron con eso. Nadie podía traducir a La Idea Confusa. Ahora ella era la Reina Universal Victoriosa. Intervinieron lingüistas, correctores, traductores, psiquiatras, hechiceros, encantadores encantados con la idea de desencantar. Nada fue posible. La Idea los superó y reinó de allí en más sobre Victoriano.
Los especialistas intentaron combatir el mal. Lamentablemente los expertos sólo vieron lo que querían ver. Le diagnosticaron un Alzheimer que lo consumía. Victoriano murió confundido y en soledad.
Bueno… no tan solo. La Idea lo acompañó hasta el punto final.
ANAMAR
The post La idea. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>The post La luz. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>Como ojo de cíclope desorbitado, incrustado en ese animal ausente de sonidos, cuadrúpedo metálico, inmóvil, tenso y magnífico, no dejaba de observar.
Había calculado el tiempo de su fisgoneo inevitable y constante. Segundo a segundo.
Corría los cortinados, pero se dejaba traslucir entre las telas protectoras.
Giraba sin propósito alguno, salvo meterse en mi vida. Me daba la espalda disimulando, para retornar luego con placer a mi ventana. Ahíto de novedades, partía con desprecio.
Llega y se va. Llega y se va.
Aunque cerré las persianas, el ojo inquieto penetraba por las rendijas invadiendo mi privacidad. Noche tras noche, esto hacía.
Te veo allí. Te estoy viendo…
Una tarde decidí levantar una tapia inexpugnable.
Al llegar las sombras, no pude percibir el rondar constante, pero sabía que pasaba de tiempo en tiempo.
Hora tras hora, intentando perforar la muralla.
Justo a medianoche, en silencio, todo estalló. El mundo brilló y se incendió.
Lo había sabido siempre.
El haz de luz candente penetró consumiendo todo, hasta la pequeña lámpara que velaba mis sueños, compañera insomne de mis noches en soledad.
The post La luz. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>The post La cruz. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>Era hora de renovar su viejo atavío. Siempre le costó andar de compras. Era tan despojado de las cosas superfluas.
Optó por ir al lugar de siempre, algo caro pero clásico, conocido, seguro de encontrar allí ese algodón suave y sentador.
Se probó varias, pero no estaba satisfecho, no le sentaban a su cuerpo. Sintió algo de indecisión.
No deseaba seguir buscando en diferentes lugares desconocidos. También notó que el vendedor esperaba de él, esa compra definida. Esa solución practicada de doblarla, ensobrarla y guardarla en la bolsita con el sello y la marca impresa. Ese fin tan cotidiano y habitual.
Pero Cristo, esta vez, con algo de esperanza, con algo de vergüenza, le dijo no, esta vez no. Y decidió seguir caminando hacia su destino final.
Recorriendo las calles de Jerusalén vio luminosas vidrieras con remeras expuestas por allí. En un
instante observó una que, para sorpresa, le gustó: era sencilla, elegante y además, sin tanta marca, con un costo menor.
Entró, la eligió, la probó. La doblaron, ensobraron, guardaron. La pagó y se la llevó.
Caminando con su compra llegó al Monte de Los Olivos. Protegido tras un árbol cambió su ropaje por la nueva adquisición. Tiró lo viejo en el tacho de reciclables. Había sido un regalo de Magdalena.
Salió a la vista de todos. Lo venían a buscar.
Sabía que tendría que cargar con una nueva cruz, pero estaba vestido para la ocasión.
Con su espalda protegida ante las nuevas y repetidas heridas.
The post La cruz. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>The post Gris Greece. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>Donde nada ha cambiado por siglos y siglos, donde las vidrieras no reflejan los hierros oxidados, ni las columnas dóricas emergen de la desesperanza.
Aquí, algún desconocido, alimenta un gato sin nombre, en una calle cualquiera y lanza monedas a una mujer que se arrastra prendida a una lata… oxidada también.
Donde un esclavo sueña que es Apolo volando en un yet, y una Dafne corre tras un Apolo, no al revés.
Mientras otro gato vive en las meteoras, rezando entre oropeles. Tan alto allí, que no puede ver a la niña de manos pequeñas cosechando copos de algodón.
Esa niña tan igual, tan semejante al desposeído que nació allá, allá lejos, en un lugar de Belén.
The post Gris Greece. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>The post La Defense. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>Las calles se entrecruzan asépticas, solitarias, surcando la inmensidad de acero y cristal.
Algunos ventanales espejados se miran insensibles en sus propios reflejos. Están esperando.
Justo a las seis, hombres y mujeres extremadamente grises comienzan a derramarse por
las puertas de salida.
Los grupos recorren las calles en silencio, ateridos.
Caminan cabizbajos, apurados, contemplando el pavimento.
Van en igual sentido: hacia el metro. Esa boca urgente, de labios luminosos, que los va tragando con voracidad, para lanzarlos luego a la paleta de mil colores que pinta la vieja ciudad de París.
The post La Defense. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>The post Lisboa. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>El café tiene una sola mesita en la calle. Allí está sentado un inmóvil Pessoa cubierto por un inexorable bronce herrumbrado, de ojos fijos, pero no ausentes, mirando el devenir de la vieja ciudad.
Con cierta nostalgia, su noble y serena mirada se pierde tras la sonrisa de alguna muchacha que pasa por allí, soñándola.
En silencio me siento a su lado y lo invito a tomar una copita de oporto. Brindo por él, por su pluma, por Campos, Caerio y Reis, habitantes de ese sólido y estático poeta, reclinado en su silla, acodado en su mesa.
Frente a él, en la otra vereda, un simulado Quijote de cartón y plata se instala, detiene allí su vago
transitar. Envuelta en su encanto, Dulcinea le regala el tintinear de algunas monedas.
Aunque los viejos edificios no parecen molinos, él adopta una actitud gallarda dispuesto a enfrentarlos.
Brilla y se mueve. Escudo en mano, lanza en ristre. Luego se detiene, se aquieta, se cubre de
solemnidad.
El sol del poniente ilumina el gran escenario. Surgen las investiduras de la irrealidad.
Algo despierta en la quietud del poeta, tal vez aquella vieja doradura. Pessoa descruza las oxidadas piernas, se para y va hacia él.
Sobre la mesa queda el sombrero de bronce. Al partir me lo cede como quien deja lo inútil.
El trashumante quijote abandona su yelmo, su escudo y su lanza. El poeta su gloria.
Es allí cuando la calle los une.
En una entrega de siglos ausentes, los dos se funden en un abrazo eterno… eterno de tanta eternidad.
The post Lisboa. Por Ana María Figueira appeared first on Juan Botana.
]]>The post “Extrañas mujeres busca un lector que se atreva a repensarse sin resentimientos”. Entrevista a Ana María Figueira. Por Juan Botana appeared first on Juan Botana.
]]>¿Cuánto de extrañas tienen las mujeres de tus libros?
Desde su creación son extrañas, porque surgen desde mi yo escritora que las hace vivir. Esta
escritora es extraña en mí. Me sorprende cuando aparece y se pone en acto. Nunca pude doblegarla, darle la orden de escribir. Siento que sólo pongo el cuerpo a su disposición.
Entonces, sus creaciones las lanza al ruedo para que el lector les dé vida propia. Pueden ser mujeres reales o fantásticas, objetos y seres con impronta de género. A veces aparecen como protagonistas, otras son partícipes necesarias para otros que las necesitan para contar sus historias. Son volubles, curiosas, caprichosas, inconstantes, negadoras, amorosas. Viven en relatos realistas, fantásticos o cotidianos. En poemas libres, ultraístas, surrealistas. Se sitúan de distintos tiempos históricos.
Creo que todo lector, cualquiera sea su género, puede encontrarse en alguno de estos textos.
“Extrañas Mujeres” sólo es una invitación a jugar. Por eso plantea viajar al pasado, vivir el
extrañamiento, entrar en un juego circular, sonreír o añorar. Busca un lector que no sea complaciente. Un lector que se atreva a pensar-se y sentir-se. Re-pensarse sin re-sentimientos.
¿Qué es Literato?
“Literato” es un programa que se trasmite por @radiojaslomas; en conexión con otras radios de
Méjico, Colombia y provincias de Argentina. Todos los lunes de 21 a 23 hs. nos encuentran allí.
La propuesta de Literato es difundir las produccciones de escritores latinoamericanos actuales. Mantener un diálogo fluido entre los participantes contando sus historias personales, las de los lugares que habitan. El color local donde crean su arte.
Leen sus escritos, cantan sus temas musicales, actúan fragmentos de sus obras teatrales. Transmitimos videos, audios, también invitamos a narradores orales para recrear historias en sus
voces.
¿Por qué es necesario abrir la literatura a la comunidad?
Desde el principio de la humanidad, no existe ni existió grupo humano que no haya sido convocado por la palabra. Entonces, ¿Cómo dejar de intentar abrir la puerta a la literatura para el acceso de todos? ¿Cómo no invitar a nuestros próximos a expresarse y escucharse? Sería como cerrar esta puerta imaginaria y dar acceso a los que tengan el poder de la llave. Esta
puerta imaginaria deja de existir si pensamos en dejar de construir paredes, muros, tabiques.
Construyamos literpuentes que vayan de orilla a orilla; desafiando el caudaloso río del silencio y la negación del nosotros, con los otros. Sólo es cuestión de intentar…
The post “Extrañas mujeres busca un lector que se atreva a repensarse sin resentimientos”. Entrevista a Ana María Figueira. Por Juan Botana appeared first on Juan Botana.
]]>The post Carta abierta de Ana María Figueira a Ray Bradbury appeared first on Juan Botana.
]]>Querido Ray:
No sabes con cuánta ansiedad esperaba tu carta. Has sido muy atento al responderme en forma inmediata.
Estos días estuve en vilo, un tanto distraída en mis quehaceres habituales, poco organizada, expectante, esperando de ti esa palabra justa, serena, que siempre me aquieta y vuelve a mi eje vertebrador.
Esta mañana, cuando escuché el llamador golpeando secamente en mi puerta, fui hacia ella como siempre, con esa sensación impasible de quien sabe que algo superfluo llegará, con esos pasos limitados de inconsciente futuro que, por lo general, sólo trae informaciones innecesarias, obligaciones de pago, solicitudes irrelevantes.
Pero hoy, al abrir el visillo y ver al cartero, noté un brillo especial en su mirada, una respetuosa sonrisa que me hizo sentir que era una ocasión diferente. Tú sabes que los carteros conocen de nosotros mucho más de lo que sospechamos.
Al recibir el paquete de correspondencia, reconocí de inmediato tu carta; me produjo bienestar. Ese sobre de papel liviano y suave, tan diferente de los acartonados con bordes troquelados para evitarme la molestia de romper, que tienen ventanas transparentes donde se asoma mi nombre, con caracteres rígidos, esquemas alineados, obedientes, uniformados, obsecuentes.
Tu letra en el sobre, la reconocí de inmediato. La tinta azul, los trazos decididos. No fue necesario leer el remitente, tu presencia se hizo corpórea en ese instante.
No dudé un segundo en romper el sobre, extraer la carta y comenzar la lectura mientras caminaba hacia mi escritorio. Desde aquí es que te escribo, recostada en el sillón que bien conoces, mirando por mi ventana cómo las lánguidas ramas del sauce acarician el suelo, viendo a los perros que transitan por el jardín sin apuro, para echarse en algún rincón de sol.
Es verdad lo que me dices, coincido plenamente. Tu criterio es siempre el acertado, pero sabes que he tenido una idea que no me abandona desde hace un tiempo. Sobre ella se ha montado un personaje y mis mayores vicisitudes comenzaron a partir de allí. En oportunidades anteriores te he hablado de él. Es ese escritor que vive en un templo, en un lugar inaccesible de Japón, entre montañas.
Actualmente, mi personaje está comportándose con cierta indiferencia hacia mí, te diría con un aire de superioridad. Tiene el poder del conocimiento, de todo lo que necesito para escribir su historia, pero no lo devela.
Te diría que hasta disfruta al generarme esta impotencia, al inmiscuirse en mitad de mis pensamientos para nada, abriendo mayores interrogantes y no aportando nada revelador. A veces me ha dado informaciones erróneas para desorientarme.
Es ese escritor que con un pincel, sobre papel de arroz, con trazos negros deslizados, ondulantes, precisos, firmes, escribe una carta. El que deja brotar viejos mandatos ancestrales que se le imponen y deben ser transmitidos.
El que por instantes detiene su trabajo y, con su mirada perdida en alguna ensoñación, queda suspendido en el universo de las ideas. Nada lo perturba, la quietud de su espacio le regala todo el tiempo y una eternidad. Los árboles de su jardín se mecen suavemente con la brisa, las paredes de papel vibran levemente, el sonador de cañas huecas de la galería acompaña su lenta respiración.
El que ve fluir el agua milagrosa que mantiene la vida y percibe el lánguido movimiento de los peces que desplazan nenúfares, que danzan al unísono, con las leves ondulaciones del agua.
Sabes, aún no puedo confiar en él, no puedo encontrarlo totalmente para llegar a nuestra común historia. La historia que deseo escribir es de los dos. Pero él se niega, se oculta.
Tal vez no sea totalmente así. Tal vez él tiene otros tiempos que no son los míos, tan apresurados, tan exigentes, tan inmediatos.
A veces pienso en recurrir a mi ordenador. Allí todo se conoce rápidamente. Puedo entrar en una y mil páginas que me brindarían toda la información al instante. Me bastaría con sentarme, buscar, leer.
Pero cómo encontrar allí la textura del papel de arroz, el oscuro olor a la tinta fresca, el sonido de las cañas de bambú al rozarse, el traslúcido brillo de las aletas ondulantes de un pez, la palpitación del corazón de una mariposa.
Él podría brindarme todo eso y mucho más, con sólo desearlo.
Continúa con sus pies descalzos flexionados, arrodillado sobre una esterilla. En silencio, inclinado levemente sobre el papel, mojando el pincel en su recipiente con tintas, escribiendo algo que desconozco.
Desconozco por qué no se abre en mí. Si es por humildad, por soberbia, por egoísmo. A veces lo percibo con una leve sonrisa, un brillo en sus ojos. Entonces espero paciente alguna señal, pero vuelve a su mundo de ensoñación.
Toma té, camina los senderos zigzagueantes de su jardín, se va tras el perfume de alguna flor. Allí crece mi frustración, mi desasosiego y me hundo en la pesadumbre de una calle húmeda, impersonal, tumultuosa de esta ciudad.
Ray, necesito de ti, de tu ayuda. Sabes de mi pasión por la lectura. Has estado a mi lado cuando, leyendo tus escritos, he llegado a entrever las reglas de tu juego de escritor. Mi necesidad es imperiosa. Él no desea unirse a mí, es esquivo. Hasta temo ser irreverente al ponerle un nombre que no sea de su agrado.
Intento dejarlo vivir por sí, no quiero forzarlo. Quiero que tenga protagonismo, que haga lo que le plazca. Yo simplemente le ofrezco mi humilde palabra.
Este es un instante crucial, una encrucijada, donde vivo una lucha feroz. Yo con mi pluma, contra él. Él, un dragón imponente que sólo desea permanecer echado dormitando al sol.
Recurro a ti, mi maestro, porque sé que podrás ayudarme a conmoverlo, para que se digne a develar ese paisaje de silencio, del que empecinadamente se niega a salir.
Dime algo, es necesario. A veces siento deseos de no pensarlo más, de dejar morir esta idea, pero me horroriza destruirlo.
Es tan puro, tan sutil, tan bello. Solamente odio su persistente negativa a dejarse amar por mí.
Espero tu respuesta.
Afectuosamente, Ana.
The post Carta abierta de Ana María Figueira a Ray Bradbury appeared first on Juan Botana.
]]>