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]]>El gran evento de literatura que tiene sede cada año en Buenos Aires dejó un saldo positivo y marcó una tendencia en la que varios libros de ciencia y bienestar se colaron en el podio junto a una sorpresa mundialista y la coyuntura política.
La Feria del Libro de Buenos Airescerró con un balance más que positivo: más de un millón de personas visitaron el predio de La Rural, donde además de cientos de stands hubo un importante caudal de charlas, entrevistas y presentaciones a lo largo de dos semanas. En un contexto marcado por la alta inflación y la economía en un contexto complejo, se vendieron miles de libros. Uno por uno, cuáles fueron los ejemplres más elegidos por los lectores en esta edición, según editoriales y librerías consultadas por Página|12.
Este año hubo un particular interés sobre los libros vinculados a la salud y el bienestar personal. Si bien la propia Fundación del Libro no lleva un registro total de las ventas, las librerías que participaron del evento, y que reúnen más de una editorial en sus catálogos, marcaron esta tendencia.
Desde Editorial El Ateneo remarcaron que los libros infantiles y juveniles tuvieron un rol protagónico: cinco de ellos estuvieron entre los más vendidos, así como los de divulgación científica, salud y crecimiento personal.
La vida después del reseteo, del médico, Facundo Pereyra fue el libro que más vendieron en la editorial durante la feria. El texto, del mismo autor del libro Resetea tus intestinos, que fueron cuarto y séptimo en ventas en sus versiones originales y aniversario, ahonda sobre los cambios de hábitos y cómo lograr mantener un estilo de vida sano en el tiempo.
Desde la Editorial Galerna también mostraron esta tendencia: entre los más populares estuvieron los libros Amorosamente, de Pata Liberati, que busca “llegar al corazón amoroso de las palabras y de nosotros mismos”; así como No pienses tanto las decisiones, del filósofo y exasesor de Mauricio Macri, Alejandro Rozitchner, que “invita a la valoración y al desarrollo de lo posible”; y El poder sanador del caos, una historia de superación de Lucas Casanova.
Fuente: Página 12
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]]>“Yo no soy actriz ni performer, pero me divierte hacer esto”, señala la escritora, que agotó la capacidad de la sala y presentará un espectáculo que prefiere señalar como “algo excepcional”, otra forma de conectar con un público seguidor muy activo.
Mariana Enriquez es “una estrella del rock de la literatura”. Así definió el diario The New York Times a la autora de Nuestra parte de noche, Premio Herralde de Novela en 2019, que este jueves presentará su primer espectáculo, No traigan flores, en el Teatro Coliseo. La escritora y periodista, considerada la reina argentina del terror, compartirá una selección de textos propios y otros muy próximos a su universo creativo. En el escenario la acompañarán el artista Alejandro Bustos y los músicos Horacio Hurtado y Pablo Ledesma. Aunque agotó la capacidad de la sala (1740 butacas), no está prevista una nueva función en la ciudad de Buenos Aires. La buena noticia es que la producción está ultimando detalles para hacerlo en Córdoba, Neuquén, La Plata y Mar del Plata.
“Quiero que sea una cosa excepcional y no una costumbre. Yo no soy una actriz ni una performer, soy una escritora que tiene un tipo particular de lectores que tienen ganas de tener contacto conmigo, y es una cosa que me divierte hacer. Pero tampoco me la voy a pasar andando por los pueblos”, aclara Enriquez, que está corrigiendo un libro de cuentos que terminó de escribir, sin fecha de publicación confirmada, y avanza sobre “una novela de fantasmas” que transcurre en parte en los años 90.
La idea del espectáculo surgió de los productores, Paula Niccolini y Martín Giménez, cuando comprobaron que un montón de lectores de Enriquez hacían fan art en Instagram; que las presentaciones de la autora de Los peligros de fumar en la cama, Las cosas que perdimos en el fuego y Cómo desaparecer completamente, entre otros títulos, parecen manifestaciones por la cantidad de personas que asisten, y que ella está entrenada para hablar y leer en público. Entonces le propusieron leer una serie de textos de El otro lado, una selección de su obra periodística, y algunos fragmentos de Nuestra parte de noche, novela que se publicó a comienzo de este año en Estados Unidos con gran repercusión. The Washington Post la definió como “una obra maestra del terror sobrenatural”.
También leerá un cuento inédito y textos de Silvina Ocampo y Stephen King, dos autores que conectan con el universo oscuro de esta narradora obsesionada con los muertos que vuelven a la vida, los chicos que desaparecen o con las apariciones espectrales. No estará sola en el escenario. La acompañarán Ledesma y Hurtado con música incidental para ambientar los distintos climas que irá transitando la escritora a través de lo leído.
Bustos, un dibujante que trabaja con arena en vivo, desplegará en escena unos dibujos “muy surreales, entre gótico y cuentos de hadas”, según anticipa la editora de Radar, el suplemento cultural de Página/12 “No voy a firmar libros porque sería un caos -reconoce-; pero decidimos que haya libros firmados”. Será una sorpresa cómo se entregarán esos 300 libros firmados por ella, la mayoría en español, aunque también habrá algunas joyitas y rarezas, como ediciones en inglés, francés y portugués.
-¿El título No traigan flores es una ironía?
-Sí, uno de los textos que voy a leer se trata de una situación con un ramo de flores que no lo quiero espoilear… pero llevar flores no terminó bien. Tiene que ver con jugar con lo poco convencional que puedo ser para ciertas cosas. Y tiene que ver también con que a mi me gustan los cementerios. El título se le ocurrió a Paula (Niccolini), me gustó, suena bien, me cierra por todos lados.
-¿Cómo explicás el fenómeno que se generó, desde la salida de Nuestra parte de noche, en torno a tus libros y a tu figura como escritora?
-La cuestión de tener muchos lectores y gente muy entusiasmada fue el primer año de la pandemia. ¿Te digo la verdad? Yo pensé que a la novela le iba a ir bastante mal, más allá de que es un premio Herralde y tenés un piso de ventas que sabés que va a funcionar. Las librerías estaban cerradas por la pandemia y yo pensaba qué bajón… porque es un libro que me gusta mucho, ganó un premio y podría funcionar, pero iba a pasar un poco desapercibido. Fue lo primero que pensé ante un libro de 700 páginas y con una pandemia que no había desde principios del siglo veinte. La gente empezó a leer la novela en el encierro y se copó. Yo estuve muy activa y hacía muchos Zooms. Al principio lo hacía para no volverme loca por el encierro, pero también era una forma de acompañar al libro y que el libro se moviera. Entonces me di cuenta de que lo estaban leyendo mucho. La lectura de Nuestra parte de noche hizo que mucha gente revisitara mis otros libros. ¿Por qué siguió el enganche y las ganas de verme y hablar conmigo, que es muy extraño para un escritor? No es que tenga grandes ideas para exponer, yo hablo de mis libros y de mis lecturas, pero no soy una intelectual que esté pensando el mundo. Esa avidez por escuchar a una escritora se me escapa un poco. La entiendo con un actor, con un músico, porque son actividades que dan más para fantasear con la vida de esas personas. ¿Pero con la vida de una escritora? Yo no me lo explico mucho, no es de ninguna manera ingrato, está bueno y la gente es súper agradecida, te pide firmar los libros, te da regalos; es todo lindo. No hay nada perturbador en la relación con la gente.
-Lo que generás es parecido al vínculo que tienen los fans con los músicos, ¿no?
-Sí, pero me parece raro que pase con un escritor. Un músico te toca algo y yo lo único que puedo hacer es leer un cuento que ya leíste. Eso es lo que voy a hacer en el espectáculo: leer cuentos que ya leí. La gente lo sabe y compró entradas igual y está agotado hace veinte días. Yo soy bastante activa en redes y eso estimula. Cuando la gente empezó a hacer fan art y dibujaba los personajes, los empecé a publicar. Algunos hacen óleos, otros cosas más parecidas a historietas o más estilo manga, también en digital, y hay cosas súper artesanales en papelitos, como hacen los chicos de la secundaria. Hay muchos profesores que tienen mi edad y dan a leer mis cuentos. En San Isidro (en la Feria Leer) muchos de los chicos que venían a firmar me decían que me habían conocido en la escuela. A mí no me hubiese pasado con los escritores que me daban en la escuela porque yo tenía que leer a Estanislao del Campo… tendría que haberlo desenterrarlo para hablar con él (risas). La literatura cambió en las escuelas y ahora se leen autores más contemporáneos. La secundaria no es la Facultad de Letras, más allá del Martín Fierro y algunas cosas básicas que están en los programas. Si estás formando lectores, que es lo que tenés que hacer en la secundaria, otros textos que no necesitan un contexto histórico son más gratos. Y con esto meto a Julio Cortázar. No estoy diciendo que me tengan que leer a mí, sino que puedan leer cosas más amables, sobre todo para chicos que están estimulados con quinientos millones de cosas.
-¿Te imaginaste alguna vez sobre el escenario de un teatro como el Coliseo?
-No. Subirme a un escenario es algo que me divierte, que lo concibo como parte del trabajo, pero a lo mejor es un poco injusto con algunos escritores que no lo quieren hacer, que no va con su personalidad y no les gusta la exposición en los festivales, en entrevistas públicas, en la Feria del Libro. El escritor ahora tiene la función agregada de ser un poco performático: leer, contestar preguntas sobre múltiples cosas, no solo sobre su literatura, estar en mesas opinando (eso no lo hago tanto porque no me gusta) y en las entrevistas públicas tiene que tratar de ser un poco divertido. Yo vi los cambios después de empezar a publicar a los veinte años (y ahora tengo casi cincuenta) de lo que era una entrevista en público o una presentación de un libro. Antes no importaba si la presentación o la entrevista había estado buena; lo que importaba era si dijeron cosas interesantes, inteligentes. Ahora tiene que haber un poco de espectáculo, por decirlo de alguna manera. Acepté hacer No traigan flores porque me pareció que era divertido, un desafío que estaba bueno.
-Y no es algo totalmente extraño, ya estuviste antes en esa situación de exposición.
-Muchas veces estuve sobre un escenario ante un público de lectores y de no lectores que no me conocen, como me pasó en Polonia en una entrevista pública con traducción simultánea, en la que tenía que explicar cosas súper complejas a un público que no conoce nada de lo que escribí y nada de la historia de Argentina, que yo uso mucho en mi ficción. O que no conoce o no le gusta el género en el que estoy escribiendo. Hay niveles de preparación discursiva para diferentes públicos y eso implica una actuación, una performance. Pero es injusto para ciertos escritores. ¿Qué pasa si sos tímido? ¿Qué pasa si te parece que eso no tiene nada que ver con la literatura y creés que la literatura es una cosa súper reconcentrada y que no hay que dar entrevistas en público haciendo monerías y chistes? Yo no soy nada tímida, me gusta exponerme. Si pudiera bailar, sería bailarina. No tengo una personalidad de meterme para adentro. No es que me hice escritora por hosca, me hice escritora porque me gusta escribir y soy bastante extrovertida. Pero hay muchos escritores que son patológicamente introvertidos, ¿qué hacés con eso? Se quedan afuera del circuito o tienen menos foros donde hablar de su literatura. Estar sin red con un público que no te conoce y con un periodista que no conocés es un poco más inquietante que hacer un espectáculo donde siento que me cuidan más gente que me conoce.
-¿Cómo impacta el “ruido” de este reconocimiento en tu escritura? ¿La alta demanda de presentaciones y charlas te quita tiempo para escribir?
-Acabo de terminar un libro de cuentos y lo estoy corrigiendo, estoy trabajando en tres o cuatro cuentos que me marcaron específicamente que necesitan más laburo. Me piden muchas entrevistas o presentaciones y tengo que empezar a decir que no. Yo soy bastante mala para decir que no, a veces porque me entusiasmo, me gusta la propuesta y creo que puedo abarcar más de lo que puedo de verdad. Y a veces también para no quedar mal. Estoy tratando de administrar la demanda lo mejor que puedo. En octubre me voy a trabajar una novela un mes y medio a la Residencia Literaria Finestres en la Costa Brava (España), algo que nunca había hecho antes. Es una novela de fantasmas que transcurre entre los años 90 y un futuro que no existe; es un poco ucrónico. Es muy distinta a Nuestra parte de noche porque es mucho más realista y está dentro de la historia de fantasmas, un poco dentro de la novela posapocalíptica, pero no en plan Mad Max, sino en plan gótico.
-¿Por qué los años 90 aparecen tanto en tus cuentos y novelas?
-Es la década en la que fui joven y yo escribo bastante sobre jóvenes, es algo que me atrae. Los 90 tienen cosas muy atractivas narrativamente; es una década muy anfibia donde pasás de lo analógico a lo digital, donde se mueren un montón de cosas, se mueren los discos, y termina en la crisis de 2001. La primera década de los 2000 no sabría cómo definírtela… como renacimiento de la crisis y después vuelta a caer. En cambio en los 90 hay un pico de euforia menemista frívola al principio y después una caída que termina en un desastre.
-¿Qué oscuridades encontrás en los 90 que pueden hacer espejo con las oscuridades del presente?
-La euforia es muy oscura, muy autodestructiva; no veo a la euforia como algo alegre, sino como una especie de fiesta desesperante. En eso se parece al Carnaval, que es muy triste y oscuro y tiene que ver con llamadas a cosas de otro mundo. La euforia tiene que ver con el final de fiesta; no la veo muy vital. No sé qué repercusión puede tener en este momento, que es un momento muy difícil… Argentina es un poco un loop; entonces cualquier momento puede resonar con otro momento porque desde que empezó la democracia hubo momentos de euforia combinados con caídas: la primavera alfonsinista y después el primer menemismo, crisis de 2001 y euforia con Néstor Kirchner… Es muy parecido todo lo que pasa, más allá de las cuestiones muy específicas que las podés pensar, en mayor o menor medida, si te interesa la política o la historia. Me parece que hay como un laberinto de espejos. Una persona de mi edad ya vivió este proceso varias veces. La incertidumbre, que es la base del miedo, eso no se fue nunca. O parece que se va en esos momentos de euforia en los que se cree que zafamos y después es como volver a caer en la realidad.
Fuente: Página 12
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]]>Esta joven hermosa, con su turbante aguamarina, es la más conocida y la más misteriosa de sus obras: por algo se la llama la Mona Lisa del Norte. Quizá lo más fascinante es que se trata de un tronie: es decir, no es un retrato, sino una “cabeza”, una práctica del pintor, en este caso para intentar representar algo exótico, de ahí el turbante y la supuesta perla, que por su enorme tamaño, creen los críticos, puede ser una esfera de metal. En 1999 la escritora Tracy Chevalier publicó una novela con el título de la obra (The Girl With The Pearl Earring) que ficcionalizaba los hechos detrás de la chica: Vermeer primero establece una relación cercana con Griet, una empleada doméstica de su casa, que acaba en romance. En la adaptación de 2003 del cineasta Peter Webber, la chica es Scarlett Johansson, Vermeer es Colin Firth. Pero aunque el libro tuvo mucho éxito y la película, aunque algo convencional, fue bien recibida, la pintura es un poco más que todo esto: ¿y si la chica no existió nunca? ¿y si Vermeer jamás usó a una modelo sino que fue su imaginación la que creó a esta joven imposible? ¿Y si solo vio pasar a alguien y nunca se la olvidó y esta imagen es su recuerdo y por eso es tan difícil de aprehender su hechizo? Ella no da respuestas con sus ojos que miran y no ven, perpetuos en la pintura.
“La joven…” está en el museo Mauritshuis de La Haya, en Holanda. Es la atracción principal de la institución a pesar de que las lujosas salas también albergan “La lección de anatomía” de Rembrandt y “El jilguero” de Carel Fabritius, entre otros cuadros famosos, muchos salvados del saqueo de los nazis que secuestraron “arte degenerado”.
El 27 de octubre de este año, la pintura fue el objetivo de una acción (o un ataque, según de donde se lo mire) de activistas de contra el cambio climático, en este caso de la organización británica Just Stop Oil. Eran tres pero en el video se ven dos: uno pega su cabeza a la pintura mientras el otro lo ayuda a tirarse salsa o sopa de tomate encima. Fue alrededor de las 2 de la tarde. La pintura no fue dañada y solo fue sacada unos días de exhibición para establecer si era necesaria una restauración. Uno de los activistas dice: “¿Cómo se siente ver algo hermoso e invaluable aparentemente destruido ante sus ojos? (Le habla al público, que le pide que pare y lo insulta, pero sin mayor violencia). “¿Están indignados? ¿Dónde está esa indignación cuando ven la destrucción del planeta?”.
Como en el caso de los girasoles de Van Gogh en Londres, y de muchas otras obras que luego serán mencionadas, la campaña es compleja y antipática, aunque las obras no sufrieron daños hasta ahora. La relación entre la protección del arte y del planeta no es tan clara, porque estas pinturas amadas fueron posibles justamente en nuestro hermoso planeta y en general realizadas por artistas que no la pasaron del todo bien en sus vidas. En Londres, las activistas planteaban la dicotomía arte o vida: hay varios críticos de arte, por ejemplo, a quienes les parece bien usar el poder de estas obras veneradas para llamar la atención mientras no se las dañe, como banderas rojas de advertencia. Es legítimo preguntarse, claro, si esto ayudará a concientizar sobre el cambio climático y el riesgo que conlleva o, al contrario, se considerará una desorientación torpe que invalide la protesta y por lo tanto, la causa.
Los activistas de La Haya fueron rápidamente juzgados y están detenidos. El Museo Mauritshuis dijo en una carta pública: “Entendemos a los activistas climáticos. Piden la preservación de la naturaleza. Nosotros también somos preservadores de nuestra herencia cultural. El arte está indefenso. Y, desafortunadamente, estas acciones afectan a las obras de arte”. Como información hay que agregar que Just Stop Oil se financia con donaciones, y acepta la criptomoneda Ethereum, cosa que levantó críticas de otros ambientalistas por la huella de carbón asociada con las cripto. (Ahora Ethereum redujo su impacto ambiental con nuevo software). También acepta donaciones de Aileen Getty, descendiente de la familia que fundó la compañía petrolera Getty Oil (aunque Aileen no está relacionada con la empresa directamente).
Hoy, pocos días después, la obra se puede ver: no tiene una horda de visitantes como la Mona Lisa ni se ven esas escenas locas de cientos de teléfonos para tomarle una foto o hacerse un selfie. La sala es muy tranquila. Hay gente de seguridad como en cualquier museo. Nadie diría que hubo un ataque reciente. Afuera, en el shop del museo, la pintura sufre otro tipo de ataque que obliga a pensar, una vez más, sobre nuestra relación con estas obras. Hay souvenires de “La joven…” hasta la náusea y el ridículo. Algunos de los objetos que se venden con su cara: pijamas, imanes, posavasos y mouse pads, monederos, bolsos varios, cuadernos de todos los tamaños, falsos aros de perla, velas, patos (creo que para bañera), tazas, lápices y lapiceras, pins, estuches para anteojos, valijas, chales y otro tipo de accesorios, mochilas y de verdad se podría seguir. ¿Cuánto de esto se hizo con material reciclado? ¿Cuánto de este plástico contamina los mares? ¿La ropa dónde se fabricó y en qué condiciones?
Hay mucho detrás de una pintura, de una acción, de una protesta, de una belleza pintada en el siglo 17.
Los ataques o protestas siguen y, prometen los activistas, seguirán. En el Museo Berberini de Postdam se atacó una obra de Monet y una de las activistas, arrodillada, decía, “tengo miedo de no poder darle de comer a mi familia en el 2050”. Otro grupo, Extinction Rebellion, atacó una obra de Picasso en Melbourne, Australia y un grupo de Stop Fossil Fuel Subsidies garabateó sobre sopas Campbell de Andy Warhol en la the National Gallery de Canberra. También hubo pintadas en el Prado de Madrid, junto a una de las musas de Goya.
En la National Gallery de Londres hay, en este momento, una muestra enorme dedicada al gran pintor británico Lucian Freud. Tampoco hay demasiada seguridad teniendo en cuenta el episodio reciente de los girasoles. Solo piden con insistencia que nadie pase una línea amarilla que mantiene distancia de las pinturas y no se le puede sacar fotos al retrato que hizo Freud de la reina Isabel II –pequeño, curioso y totalmente diferente a lo esperable de un retrato de la realeza–.
Los activistas, mientras tanto, dicen que solo quieren llamar la atención de los medios y que no dañarán nada, algo que cumplen, aunque los directores de museos advierten que desestiman la fragilidad de estas obras y que se camina una fina línea. En Londres se dijo, ante los girasoles: “¿Les preocupa más la preservación de una pintura o la del planeta y nuestra gente?”. Margaret Klein Salamon, directora ejecutiva de Climate Emergency Fund, otra de la organizaciones, dijo: “Se vienen más protestas. Este es un movimiento que crece, y las próximas semanas serán, espero, el más intenso periodo de acción ambiental hasta el momento. Así que agárrense los cinturones”.
Fuente: Página 12
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]]>Pero decir eso sería, también, decir la mitad. Casi como sacar una foto de las Cataratas del Iguazú y pretender que ahí estén también los ruidos y la noche, los olores, las salpicaduras y hasta la Garganta del Diablo. Y no, porque en esta novela de setecientas páginas que escribió durante más de tres años y que le valió a Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) el Premio Herralde hay bastante más que eso. Por algo el premio llega después de mucho escribir: arrancó con una novela descontrolada, Bajar es lo peor (1995) y no paró más. Luego vendría Cómo desaparecer completamente (2004), libros de no ficción como La hermana menor (2014) y recopilaciones de cuentos como Los peligros de fumar en la cama (2009) o Las cosas que perdimos en el fuego (2016), entre otros. Será por eso esta mujer (de pelo blanco, labios muy rojos, negro de pies a cabeza) que llega puntual a la entrevista en un bar de San Telmo habla con tanta tranquilidad. De ella, de su carrera, de su modo de trabajar las palabras y de esa historia –Nuestra parte de noche– en la que se mezclan el Pombero y la dictadura, el santoral correntino y Londres, la infancia en los años de plomo, los sacrificios humanos y los desaparecidos. Desde el medallón que cuelga de su cuello, un Mick Jagger jovencito bendice la charla, cual un papa stone.
–¿Cómo se lleva con esta fama feroz que trae el Herralde?
Hay un poco más de demanda que lo habitual pero la voy llevando bien porque la vivo como un halago. Pero para mí lo más extraño es el constante nivel de demanda de palabras mías, frente a lo que para mí implica escribir, que es una actividad súper solitaria, callada y “para adentro”. Ojo, yo no soy tímida ni introvertida, al contrario. Por eso no padezco la demanda, pero sí es complicado cumplirla porque tenés que manejar varios frentes. Entonces, ¿qué pasa? Terminaste tu libro, estuviste editándolo, fue una cosa súper reconcentrada, cerrada. Y de repente al libro le va bien comercialmente o te ganás un premio y estás como lanzada a tener que hablar a cada rato. ¡Venís de estar en la cueva un montón de tiempo! (risas) y ahora te sacan al sol. La exposición no es una cosa que yo busque.
–Usted en su último libro, Nuestra parte de noche, agradece a varias personas por haber leído el original. ¿Cómo es ese proceso de la lectura antes de la publicación?
Algunos leyeron pero diferentes partes, algo que tiene que ver con la extensión del libro. Y me iban haciendo sus devoluciones: “Esta parte es aburrida”, “No me convence que esta parte se cuente con cartas”, “esta parte me gusta pero está demasiado explicada”, todo así. Fueron casi todas devoluciones de ese tipo y a las que les doy bastante bola… una vez que está terminado el libro. Antes no lo muestro
porque también doy bola, pero cuando ya está terminado y lo muestro yo estoy muy segura y por eso la devolución que puedo recibir la puedo tomar con mayor tranquilidad.
–¿Hay alguien entre esos lectores que cuente con algo así como una escucha privilegiada?¿Alguien a quien escuche sí o sí?
Sí, Ariel, mi ex marido. Es mi mejor amigo ahora, fuimos una pareja larga. Él me sigue leyendo y es la persona en la que más confío porque además es muy “obse” (cosa que yo no soy) y detecta las inconsistencias.
–El libro tematiza las devociones populares, las creencias del pueblo, y usted demuestra un notable conocimiento de eso que el investigador Félix Coluccio llamaba “el santoral sospechoso”. ¿Cómo fue que contactó con todo eso?
Tengo un vínculo personal con ese universo porque mi abuela era correntina, como la familia de mi mamá. Entonces para mí San Sansón, Santa Librada, Sanhueso, San La Muerte, El Gauchito Gil eran los santos de mi abuela. Estaban presentes en las historias que me contaba y además cuando yo iba a Corrientes a ver al resto de mi familia ese mundo era una cosa totalmente presente. Además del santoral católico que también estaba bastante representado, porque la virgen de Itatí también está ahí y tiene un ritual paralelo. Yo me acuerdo con las patas así (hace gesto de hinchazón), tipo Luján, después de haber peregrinado. En Corrientes es mucho más masivo. Yo acá no conozco a nadie que vaya a Luján y allá, a Itatí van todos, por más que el resto del año sean totalmente salvajes (risas). No es gente piadosa, digamos. Pero además, de todo ese santoral y de todo ese imaginario que conozco y que a mí me copa, hay otra cosa que me fascina y es que es de frontera. Está un poco contaminado con las creencias guaraníes. Hay una cosa muy mestiza allá.
–¿Por eso se interesó tanto?
Sí, en parte fue por eso y en parte también porque a mí siempre me llamó mucho la atención ese santoral que es enorme y súper extenso porque está presente en toda América Latina, nunca pasó a la literatura. Siempre perteneció a la antropología, a la investigación, a la oralidad. Pero después vos leés un cuento de Jorge Luis Borges y ¡los mitos que a él le copaban eran los islandeses! (risas). O leés a gente que desde toda la vida trabajó la gauchesca, temas del campo, y lo más mítico que encontrás ahí es una luz mala. Hay muy poco de este universo del que estamos hablando, no hay un aprovechamiento como el que hace toda la literatura anglosajona de los cuentos de fantasmas, por ejemplo. El vampiro era un mito de Europa del este y lo aprovecharon.
–¿A qué atribuye esa falta de incorporación en la literatura?
Creo que a cierto esnobismo heredado de una literatura muy elitista que consideraba estos imaginarios como supersticiones de pueblo que no merecían entrar en la literatura. Y eso en vez de hacer la operación de traducción, porque eran todos anglófilos pero no hacían lo que hacen los ingleses.
–¿Pero no habrá existido temor, también?
Porque hasta el día de hoy una figura como la de San La Muerte no puede ser exhibida sin más… No, claro, hay que llevarlo adentro de la mano. Pero, tal vez sea medio psiquiátrico lo mío, aunque nada de esto me asusta. No, nunca. No me pasa. De todos modos, sí es verdad que la literatura produce… cosas. En esto me siento esotérica yo misma, pero es así. O sea: esa cosa un poco de “videncia” que tiene la literatura es cierta: vos escribís algo y después… A veces parece que la escritura está provocando algo, como si algo de la palabra “vidente” provocara eso. Que inquieta un poco pero que no me da miedo. Y eso es algo que me pasó incluso con libros que no son libros esotéricos, digamos. Pero no me da miedo y hasta me da un poco de curiosidad. O sea: me gustaría que pasara un poco más.
–¿Se considera parte de esto que algunos ven como una “generación de escritoras argentinas”?
Yo creo que sí, que hay algo generacional más allá de que nosotras podamos conocernos o no. A Selva Almada la conozco, Samanta Schweblin es más amiga, con otras me llevo mal, etc. Pero sí hay cosas en común: casi todas nacimos en los 70, durante la dictadura y casi todas –de una manera u otra– tuvimos que atravesar crisis y hay algo compartido de una experiencia algo… arrojada. Todas vivimos esa experiencia de falta de cuidado que te da cierto carácter, por decirlo de algún modo. Y también hay algo que no sé si llamaría “compulsión” pero que está y que es una cosa de trabajar MUCHO. Esos son los parecidos que encuentro porque literariamente no nos parecemos para nada.
–¿Siempre quiso esto que le está sucediendo ahora?
A ver: yo nunca pensé en esto de la escritura como carrera. ¡Me parece un plomazo! La idea del escritor que va de beca en beca y de retiro de escritores en retiro de escritores me parece un infierno. Pero un infierno creativo, no un infierno personal porque personalmente la debés pasar bárbaro: estás en lugares que son divinos, estas en Berkeley. Pero después, ¿qué escribís? A mí, esa cápsula en la que podés llegar a entrar cuando hacés de esto una carrera no me interesa. A mí me interesa más estar con lo cotidiano de la gente: ver el partido de fútbol, hablar pavadas, esa clase de cosas. Porque lo otro, me parece, te desconecta muchísimo incluso de cómo habla la gente, ¿no? Y eso es algo me preocupa en serio. Eso, el escuchar, fue algo que yo aprendí de leer a Puig, por ejemplo. Porque yo leo muchas cosas que están muy bien escritas retóricamente pero cuando van al diálogo es una pesadilla. Me interesa mucho cómo habla la gente.
–Y en esta novela se nota.
Sí. Tali, por ejemplo, un personaje de la primera parte del libro, habla como hablan los correntinos. Y pasó después que cuando se editó me llamaban los correctores para decirme que no se decía “Le voy a bañar al nene” sino “Lo voy a bañar al nene. Y yo les decía que era “le” porque así es como se dice en Corrientes. Y eso, me parece, le da otro color a lo que escribís. Puede que eso en la traducción se pierda pero en todo el mundo de lengua castellana queda así. Y ahí hay algo también de la literatura, que hace que aunque no entiendas una palabra, captás la idea, el sentido mayor. Entrás en una especie de música y el sentido se va completando.
–El personaje del padre, Juan, es bastante cruel y en la novela no hay eso que alguna vez nos contaron de los “adultos protectores”…
No creo que eso sea real en general (risas) pero más allá de eso Juan está totalmente idealizado. Quería que fuera hermoso y que a la vez tuviese esa belleza moribunda de John Keats y de los románticos. Pero quería a la vez que fuera deseado porque, ¿viste que casi siempre son las mujeres las deseadas? Pero a mí me gusta la idea del hombre fatal. Y también quería escribir sobre la herencia, la carga, la sangre. A mí las historias de maldiciones familiares si me impresionan bastante.
–En el libro se dice que para ser feliz hay que dejar los muertos atrás pero, ¿realmente llegamos alguna vez a hacer eso?
¿La verdad? Sinceramente, no lo creo.
Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) es una escritora, periodista y docente argentina, parte del grupo de escritores conocidos como «nueva narrativa argentina». Sus cuentos se enmarcan dentro del género del terror, y se han publicado en revistas internacionales como Granta, Electric Literature, Asymptote, McSweeney’s, Virginia Quarterly Review y The New Yorker. Entre sus obras más reconocidas destacan el libro de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego (2016), que la consolidó como la escritora argentina de terror más relevante de la actualidad, y la novela Nuestra parte de noche (2019), por la que ganó el Premio Herralde de Novela.
Fuente: Yenny El Ateneo
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