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]]>Algo así como hace la MTV. Sería genial”, repetía. Y se lo decía a cuanto músico veía: Ricardo Mollo, Diego Arnedo, Federico Gil Solá de Divididos, Omar Mollo de MAM, Érica García, Germán Daffunchio, Gabriela Martínez y Alejandro Sokol de Las Pelotas, Fernando y Gabriel Ruiz Díaz de Catupecu Machu, “Palo” Pandolfo de Don Cornelio y la Zona y Los visitantes, Fito Páez, Walas de Massacre. Y tantos otros y otras y que él no conocía y que estaban allí.
Además, de Maxi, Manu, El Rey, Ringo, Lali, su primo Aron, el percusionista de Marcela Morello, el ex bajista de Sobrecarga, Orge y Jorgito Porcel, los chicos de Mamá Pulpa y Miguel y Daniel que lo acompañaban a todos lados.
Pepo se salía de sí. Encima ya tenía cerrado que el viernes que viene iba ir El Mono a tocar a El Living y fueron. El Mono era una banda nueva y poco conocida pero Maxi tenía el ego muy arriba. Y como hacen los prensa de los grupos conocidos envió gacetillas a todos los medios de música y rock para que fueran a verlo. Maxi tenía cierto prestigio tocando la batería para bandas de jazz, pero esto era rock y la apuesta por más que en la banda cantara el armonicista de La Renga era un poco jugada.
Pero el bar se llenó de famosos. Vino la actriz Carina Zampini, Mirna que fue novia de Lali y ahora salía con el mismísimo Enrique Syms, aquel que recitaba poemas en los primeros shows de Patricio Rey y los Redonditos de Ricota y que les prometió ir al Catulo Castillo, el mismo que dirigía la revista de cultura rock “Cerdos y Peces”. Y a él le podía pedir publicar columnas de rock en la revista. Así que lo encaró.
“Enrique soy Pepo. Trabajo en el bar, consigo músicos para que vengan y limpio. Y me gustaría publicar en tu revista unos comentarios que hago sobre bandas de rock”. “Dale, mandame al mail, te lo doy”, le contestó. “Mandame tus textos, pero yo limpio no estoy”. Pepo mucho no entendió a qué se refería. Supongo que se trataba de drogas o whisky. Pero como estaba enfrente del Bucowski argentino, le dijo todo que sí y se cayó la boca. Y enseguida pensó: “Este bar tiene que tener a alguien grande. A una estrella como el “Indio”, “Gustavo Cerati”, “Charly”, “Spinetta”, deliró. Mejor alguien más terrenal como Luca Prodan.
“Ma, sí, mañana sábado me voy a hacer guardia a la casa de San Telmo y que sea lo que Dios quiera. En eso aparece Alejandro y le dice: “Pepo, el show de El Mono no es tan bueno. Quieren ser Jamiroquai y cuando hacen reggae se parecen más a Diego Torres que a Bob Marley o Peter Tosh. Pero El Living se llenó de famosos y gracias a Maxi, el amigo de Dany, salió en los diarios en los suplementos de rock. Así que estamos cada vez mejor. Te voy a pagar un extra por conseguir las bandas”.
Pepo lo abrazó. Al otro día se baño temprano y sin desayunar se fue a hacer guardia a la casa de Luca Prodan de Adolfo Alsina 451. Pensando que el aterrizaba a dormir a eso de las diez de la mañana o a las doce. Pensó en buscarlo por el Abasto antes en los bares que frecuenta cuando no tiene shows. O quizás estaba componiendo en Hurlingham con Mollo y Arnedo. O tomando ginebra con su amigo “Superman” Troglio o con Germán Daffunchio o con Timmy McKern, que fue quien lo trajo desde Italia o Inglaterra a las sierras de Córdoba para recuperarlo de las drogas, pero no.
Se quedó sentado en la puerta de la calle Alsina mientras un montón de chicos y chicas le dejaban mensajes a Luca por debajo de la puerta o graffiteaban el frente de la casa. Pepo se hizo pasar por amigo de Luca y les contaba historias que no eran ciertas de él en los shows. Hasta se animó a decir que era amigo de Roberto Pettinato, ese de la barba negra larga, que tocaba el saxo y que vendía los sándwiches con la mujer en los conciertos de Sumo. Porque ya tenía hijos y necesitaba zafar. Y todo porque le pasó una vez cerca en el Club 69 en la calle Corrientes. Lo vio con Elizabeth Vernaci y Paola Krum bailando. A Paola la conocía porque vivía en el mismo edificio que tenía el consultorio su padre en la avenida Canning entre Güemes y Santa Fe.
En eso Luca llegó. Casi lo choca al querer entrar a la casa y no lo saludó. Tenía la cabeza rapada, una remera blanca, un jean azul, borcegos y una campera de cuero en la mano. Pepo no se animó a invitarlo a El Living y le mangueó entradas para el show de Obras o el de Mar del Plata donde Sumo iba a presentar “Llegando los monos”. Luca lo miró. Y cuando Pepo le dijo: “Quiero zafar”. Luca le contestó: “Yo también, paga la entrada”. Y ahí un poco el ídolo se le cayó. Pero por qué pensó que estos tipos por ser bohemios hacen beneficencia. Así que le dijo que lo invitaba a tocar a El Living y que el dueño Alejandro tiene mucha plata y le podía pagar el show. A lo que: “Bueno”, le dijo. “Pero voy yo solo con mi viola acústica. Sin Sumo y canto en inglés. Ellos son caros, yo no. Me mando el día que yo quiera”. “Un viernes tiene que ser”, le aclaró Pepo. “Un viernes será y que sea rock”.
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Luca iluminado
“Luca me impuso un punk organizado. Fue la poesía negra que despertó mi adolescencia en Palomar y me acompaña hasta hoy.” Las palabras son de Alejandro Marmo, el artista responsable de la escultura en hierro que desde este miércoles 17 de mayo inmortaliza a Luca Prodan en la Estación Hurlingham del Ferrocarril San Martín, en la intersección de las calles Arturo Jauretche y Teniente General Pablo Ricchieri de la ciudad ubicada al oeste del conurbano bonaerense.
El homenaje al cantante de Sumo forma parte de un conjunto de obras con las que Marmo da forma y luz a los rostros de figuras centrales de la política, la cultura y el deporte argentinos. Esos retratos y homenajes en hierro incluyen al padre Carlos Múgica, Diego Armando Maradona, Evita, las Islas Malvinas, y las Madres de Plaza de Mayo, entre otras referencias populares, y por estas horas lleva a la inmortalidad a esos símbolos nacionales en muestras que se exponen en España e Italia.
“A Luca iluminado lo trabajé en el Estadio Obras, en Ciudad Jardín y ahora en Hurlingham”, cuenta el artista que, como muchos de los que desarrollaron una parte importante de su sensibilidad en el Buenos Aires de los ochenta, recuerda al líder de Sumo como el hombre que “le dio volumen al under y al mismo tiempo desarmó la música progresiva para sembrar mucho de lo que vino después con las bandas”.
Luca Prodan nació 70 atrás en Roma. Sus padres, Mario Prodan y Cecilia Pollock, tuvieron otros tres hijos que llamaron Michela, Claudia y Andrea. Se habían conocido en China, la tierra de mamá Cecilia. Mario era austriaco, había estudiado en el colegio Gordonstoun de Escocia y había viajado al gigante asiático donde se convirtió en empresario y se casó con Pollock, cuyo padre era dueño de una importante empresa de tranvías en Shangai. Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1943, el Ejército Imperial Japonés secuestró a la familia Prodan y, por su origen europeo, los encerró en el campo de concentración Wei Hsien durante casi un año y medio. Sobrevivieron y viajaron a Roma, donde se instalaron.
Con una evidente facilidad para reinventarse, Mario se convirtió rápidamente en un empresario exitoso en la Italia de la posguerra. En “Luca, la película”, el film de Rodrigo Fresán, Cecilia ofrece un dato que comunica directamente a Luca con su futura sensibilidad artística: ella rompió bolsa sentada en un palco del Teatro de la Ópera de Roma. Era el 17 de mayo de 1953.
El devenir de la vida de Luca ha sido contado en innumerables libros, películas, informes televisivos y artículos periodísticos. Fue enviado al mismo colegio al que había ido su padre y recibió la misma formación que una buena parte de la realeza inglesa. De allí, la célebre frase que se viraliza de tanto en tanto: “¿Qué reventado? Yo fui al mejor colegio de Europa, con el Príncipe Carlos de Inglaterra. Hablo castellano, francés, inglés. ¿Vos cuántos idiomas hablás? Yo hablo cuatro. Y yo soy el reventado… ¿Qué pasa?”.
Es sabido que se escapó del colegio, que estuvo buscado por la Interpol, que desertó del Ejército, que estuvo preso, que se instaló en Londres y que vivió la explosión del reggae y el punk pudiendo presenciar en vivo a bandas como Sex Pistols y Joy Division. Y también que conoció la heroína y que, para ayudarlo a escapar de la adicción, su amigo Timmy Mckern lo convenció de viajar a la Argentina y comenzar una nueva vida.
Buscando esa paz que Luca necesitaba, se instalaron originalmente en la provincia de Córdoba. Más específicamente en Nono, en el valle de Traslasierra, para luego vivir en la casa de Timmy, en Hurlingham. Con ese lugar como base de operaciones, el italiano iba a empezar a desandar su vida en la Argentina, convertirse en parte del paisaje del conurbano y a hacerse un nombre en bares y estaciones en los que se adentraba, se sentaba y podía pasar horas contando sus historias y conociendo las de sus nuevos vecinos, quienes desde entonces lo recuerdan con gran cariño.
Desde que Sumo empezó a tomar forma, Luca entendió que en esa tarea se iba a ir su vida. Se volvió a Europa, vendió lo que tenía y compró los equipos con que la banda iba a dar sus primeros pasos. De hecho, hasta se trajo una baterista, Stephanie Nuttal, que tuvo que abandonar el país rápidamente por la ola antibritánica que se había generado a raíz de la guerra de Malvinas. La banda, liderada por un cantante que había compartido escuela con la realeza y que todavía vibraba, componía y cantaba en otro idioma, también iba a combatir contra ese nacionalismo que, expresado principalmente desde el lenguaje, el rock argentino sostuvo como embanderamiento durante aproximadamente tres décadas. Ente muchas otras, Prodan también tumbó esa barrera.
“Me emociona muchísimo mandar este mensaje y sentir que el afecto tan enorme de la gente a Luca se pudo plasmar en una estatua. Una escultura de Alejandro Marmo, además.” La voz de Andrea Prodan agradeciendo la iniciativa a la Municipalidad de Hurlingham, a Trenes Argentinos, y “especialmente a la gente que adora a Luca y que comprendió su genio y su eterno amor”, fue una de las que, en la tarde del miércoles, resaltó la importancia de la ciudad en la vida de Luca.
“Nunca hubiera pensado cuando bajé del tren con mi hermana Michela, en el verano del ’82, que en esa estación cuyas vías me recordaban al disco de The Clash, Combat Rock, un día iba a estar representado Luca, justo debajo de ese puente de metal tan británico que nos llevó luego en dirección a la casa de los McKern, lo que antes era la calle Canning”, dijo Andrea. Canning ya se llama Crucero General Belgrano.
Con su formación original, Sumo dio su primer concierto en el pub Caroline, de El Palomar, y a partir de ese momento, con un repertorio formado íntegramente por canciones en inglés, comenzó a rotar en el conurbano. Era 1981, pero no pasó mucho tiempo hasta que Stephanie tuvo que regresar a su país y Alejandro Sokol, que tocaba el bajo, se hizo cargo de la batería. Allí fue el momento en que Diego Arnedo fue invitado a hacerse cargo de terminar de darle forma a la base e impulsó la llegada de Ricardo Mollo, con quien tocaba en el grupo MAM. Germán Daffunchio, cuñado de Timmy y primer aliado musical de Luca, completaba la formación a la que más tarde se sumarían Alberto “Superman” Troglio y Roberto Pettinato.
Entre 1983 y 1987 esa formación grabó tres discos que revolucionaron por completo a la música argentina. Oficialmente Luca murió el martes 22 de diciembre de 1987, en una pensión de la calle Alsina 451, en el barrio porteño de San Telmo. Más allá de su historia de trotamundos con tintes de escapista, su vida quedará siempre ligada a la imagen de aquel italiano que se coló entre los artistas que regresaban del exilio de la mano del regreso democrático y, juntos, sacudieron la modorra de la Argentina posdictatorial.
En la actualidad, una iniciativa que cuenta con el apoyo de la embajada argentina quiere se reconozca la casa donde vivió Prodan en Londres, durante los ’70, con las famosas placas azules, que en el Reino Unido funcionan como marcador histórico para recordar el vínculo entre un determinado lugar y una persona cuya vida logró trascender a su propia historia. Esa trascendencia, desde este miércoles, queda inmortalizada iluminando la Estación Hurlingham.
Fuente: Página 12
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]]>“Vivo cerca, por eso estoy aquí. Tal vez si viviera en Hurlingham no hubiera venido”, reconoció con sinceridad y sencillez, sin demasiadas ganas de impresionar a nadie. Doce madrugadas antes de morir, Luca Prodan abandonó su casa de Alsina y Defensa y caminó los 150 metros que lo separaban de la Pirámide. Por esas horas se realizaba la primera de las tres jornadas por la Marcha de la Resistencia que las Madres organizaba en Plaza de Mayo. Era la séptima que hacían desde 1981 y servía, en ese caso, para plantar bandera al cabo de un año que concluía con el primer alzamiento carapintada y la Ley de Obediencia Debida como continuum de la de Punto Final, promulgada en 1986.
Todavía faltaban diez meses para el histórico concierto de Amnesty International en River y la invitación de Sting a que las Madres subieran al escenario, posterizado como el primer acercamiento de un artista de rock a los movimientos de Derechos Humanos. Así quedó para la historia, aunque no para los hechos reales: Luca ya lo había realizado antes, aunque con menos pompa y sin música de por medio. Primero fue un italiano y luego un inglés: hubo que esperar recién a la década del 90’ para que los rockeros argentinos se sumaran a la causa sin miramientos ni vergüenza.
El cantante de Sumo merodeó la plaza en esa madrugada del 10 de diciembre de 1987, observó todo en silencio y divisó la redacción abierta del Periódico de las Madres. Entonces se acercó y dijo que quería hablar. “Soy un loco, o los demás me ven como loco, pero hoy vine aquí porque estoy por la vida”, encaró. “Los rockeros son egoístas, individualistas, solo quieren lucirse, y los derechos no les importan nada”. Todos se quedaron sorprendidos.
Luca llevaba siete años en Argentina, un país que analizaba bajo su mirada cáustica, entre la sorpresa y cierto recelo, aunque siempre movilizado por la curiosidad: no criticaba nada sin antes procurar entenderlo. Ya había vivido en Italia, Inglaterra y Escocia, además de habitar varios meses en Túnez para participar como extra de una serie en la que le tocó actuar de carcelero de San Pedro. No había cumplido 35 y ya acreditaba las suficientes millas por el mundo como para poder tener un campo de mirada profundo sobre los hechos que se le presentaban ante su vista.
“La lucha de las Madres me parece justa, pero en la sociedad argentina hay un sentimiento de indiferencia que me espanta”, sentenció ante el micrófono. “Hay una mezcla acá, en esta marcha. Veo por un lado la solemnidad, el dolor, las madres tristes. Y por otro, gente que parece estar de fiesta. Pero yo no estoy de fiesta”. Esta última frase quedaría resonando por los tiempos de los tiempos: Luca Prodan fallecería el 22 de diciembre en su casa de Alsina 440, tan solo dos días después del que sería el último concierto de Sumo con el romano: un pequeño festival en el estadio de Los Andres, Lomas de Zamora, compartido con Los Violadores, dos de las bandas insignes del rock argentino de los 80.
Entre cánticos, bombos, banderas y proclamas, Luca dijo ni más ni menos que lo quería decir. Y luego volvió a desaparecer entre la gente, antes de pegar la vuelta hacia su vivienda. Sumo acababa de publicar “After Chabón”, un disco hecho con lo poco que quedaba de la integridad de Prodan: algunas de las canciones ya habían sido incluidas en “Corpiños en la madrugada”, aquel álbum en formato demo de 1983, mientras que otras debieron ser terminadas a contrarreloj en los estudios Panda de Floresta.
Como fuera, ese episodio de Luca en la plaza quedó relegado entre otro tipo de recuerdos, hitos y acciones en Argentina. Y así fue durante largos años, hasta que las Madres rescataron la entrevista publicada en la edición de enero de 1988, cuando el cantante ya había muerto. Se supo, entonces, que aquella había verdaderamente la última entrevista que Luca había concedido en vida, y no la que dos alumnas del colegio Nacional Buenos Aires le realizaron en la terraza de su casa en octubre del ’87. Su alocución en el periódico de las Madres había sido breve pero contundente, intenso, inapelable y acaso demasiado tempranero para comprenderlo y valorarlo. Una auténtica despedida en Plaza de Mayo.
“Teníamos relación con él antes ya”, recordó Hebe de Bonafini a mediados del 2020. “Cantó en la plaza, una o dos veces, ya no sé cuantas”, agregó incluso. “Son personajes que no olvidamos las Madres. No olvidamos nunca lo que hicieron, los que nos contaron, y cómo era su vida. Porque había un acercamiento muy grande con ellos. No porque las madres nos hiciéramos rockeras, sino porque tomamos una actitud como más juvenil con ellos, de comprender todo lo que hacían, su historia, sus libertades para todo lo que hacían, para su vida misma. Que era, en definitiva, por lo que luchaban nuestros hijos: por la libertad de cada uno”.
Fuente: Página 12
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