Si para Platón la ignorancia es una enfermedad del alma, para Aristóteles la sabiduría reside en la duda y las preguntas, no en la certeza. Sócrates hablaba de una única forma de ignorancia sabia con su ya célebre frase: “solo sé que no sé nada”. Si volvemos una y otra vez a los griegos y a los clásicos, es porque en lo contemporáneo resuenan ecos de aquellos pensamientos que, por algo, siguen siendo universales.
El título de este artículo alude a la palabra griega hybris, que significa desmesura. Según los filósofos, y también los poetas, de aquella época, la desmesura lleva siempre a lo peor. En las tragedias de Sófocles, Eurípides o Esquilo se ilustra con maestría lo que ocurre cuando los seres humanos traspasamos ciertos límites. Hybris representa precisamente las consecuencias de cruzar ese umbral, sea humano o divino.
Desde Edipo Rey y Antígona hasta Las suplicantes, los grandes textos trágicos nos enseñan que hay límites entre las personas y también entre la humanidad y el medioambiente. Límites que, si no se reconocen, conducen al desastre.
Somos sujetos frágiles frente a los otros, frente a la naturaleza y frente a nuestra propia ignorancia. Y, sin embargo, en este capitalismo tardío, parece que la hybris y la ignorancia se presentan juntas, envueltas en papel brillante para el consumo masivo, como si fuéramos simples compradores de baratijas existenciales.
Un gesto de sabiduría, hoy, sería tomar distancia del discurso neoliberal del espectáculo. Apagar el cable. Salir de las redes. Al menos por unas semanas.
Asombra- y no debería, la seguridad con la que muchas personas opinan sobre todo sin tener idea de nada. Esta semana escuché a funcionarios hablar de salud, niñez, discapacidad e incluso de ciencia, con absoluta certeza y total desconocimiento. Esa mezcla de ignorancia y convicción me descoloca. Y me alarma la crueldad que muchas veces acompaña esos discursos.
Entonces recordé hybris. Si un presidente se cree emperador, o un funcionario se siente autorizado a pontificar tras un cursito de tres meses, o si los más ignorantes y amorales ostentan poder sin cuestionamiento, lo lógico —no lo religioso— es pensar que sobre ellos caerá la desgracia. Y, tristemente, esa desgracia nos salpica a todos.
Cualquier psicoanalista sabe que lo que para los griegos era hybris, para Freud es pulsión de muerte, y para Lacan, goce: esa transgresión del principio del placer que puede llevarnos a lo peor.
Además, preocupa cómo ese formato discursivo fascista se instala en los ciudadanos comunes. Y muchas veces lo logra. El pensamiento crítico se reemplaza por obediencia. Pocas personas se toman hoy el trabajo de pensar.
Hace años que doy clases en la Facultad de Psicología y tengo la impresión de que se lee cada vez menos. A veces me sorprende que muchos estudiantes nunca hayan leído la Constitución ni conozcan del todo sus derechos. Y eso pone en riesgo el legado de generaciones que lucharon por esas garantías.
Nuestra responsabilidad como docentes es transmitir que solo en democracia y con derechos humanos se puede ejercer nuestra profesión —y cualquier otra.
La confusión es tal que incluso he leído a una psicoanalista de renombre criticar la Ley Nacional de Salud Mental N.º 26.657, demostrando, por sus declaraciones, que probablemente nunca la leyó, o la leyó mal. Y esto ya no es ignorancia inocente: como la hybris, la ignorancia también tiene consecuencias trágicas. Personas con trastornos mentales —y sus familias— pueden angustiarse si una voz autorizada opina sin fundamentos sobre una ley crucial. Incluso nuestros alumnos.
bombardeados por fake news y discursos sin filtro, tienen dificultades para procesar los contenidos académicos.
Así se multiplican los ejemplos donde falta mesura y humildad. Esta lógica del “cualquiera puede decir cualquier cosa” resulta peligrosa. Genera confusión y angustia. Y mientras tanto, los problemas de salud mental crecen alarmantemente, desde edades cada vez más tempranas.
Debemos dejar de pensar con slogans y empezar a actuar con razonabilidad, cada quien desde su lugar. Ya no se trata de grandes discursos, sino de pequeños actos, pero con humildad y cuidado.
Porque la desmesura y la ignorancia no son solo defectos personales: son fuerzas que impactan, con violencia, en la salud mental de todos nosotros.
Lic. Patricia Gorocito
Docente
UBA – PSI